En medio del monte, con el sonido de los pájaros y el susurro del viento, él llevó a la morrita tetona a un rincón oculto. Sus ojos brillaban de anticipación, y sus manos, ansiosas, comenzaron a explorar su cuerpo. «Aquí, amor,» susurró ella, su voz cargada de deseo. Pero, de repente, algo cambió. «Espera,» dijo ella, su voz ahora vacilante. «Creo que… no quiero.» Él, sorprendido, detuvo sus movimientos. «¿Qué pasa?» preguntó, su voz llena de confusión. «No sé, es como si… ya no sintiera lo mismo,» admitió, sus mejillas enrojecidas de vergüenza. Él, con una mezcla de decepción y comprensión, se retiró lentamente. «No te preocupes, amor,» murmuró, acariciando su cabello. «Podemos esperar.» Ella, con una sonrisa tímida, asintió, agradecida por su paciencia. En medio de la naturaleza, su conexión, aunque interrumpida, seguía intacta, esperando el momento adecuado para florecer nuevamente.
se lleva a la morrita tetona en medio del monte y a la mera hora ya no quiere coger
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