0 likes
La morrita estaba boca arriba, las piernas abiertas de par en par, con la mirada perdida en el techo. Él, arrodillado entre ellas, tenía una concentración casi religiosa. Sus dedos ya la habían abierto y humedecido por completo, pero ahora buscaba más. Juntó los dedos de su mano, formando un pico, y comenzó a introducirlo lentamente en su panocha. Ella respiró hondo, sintiendo un estiramiento que rozaba el dolor. Con una paciencia feroz, él giraba su muñeca, empujando centímetro a centímetro, hasta que el nudillo más ancho desapareció dentro de ella. La morrita arqueó la espalda, un grito ahogado escapó de su garganta. Toda su mano estaba dentro, llena hasta el fondo, un puño que la poseía por completo.
