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La escena es de una intensidad avasalladora. Sus enormes tetas, pesadas y turgentes, son el centro de toda atención. Con cada presión de sus manos o de la de su compañero, un chorro espeso y blanco de leche brota de sus pezones, salpicando el aire con una fuerza inesperada. La leche corre en cascada por su piel morena, dibujando ríos brillantes que se pierden en su vientre. La puta mexicana, con los ojos semicerrados en éxtasis, se deleita en el espectáculo, un manantial de leche que no parece agotarse jamás, una prueba viviente de su fertilidad y su lujuria desenfrenada.












