El hombre maduro, con una voz suave y reconfortante, se acerca a la jovencita, sus ojos llenos de deseo pero también de una ternura que la hace sentir segura. «Tranquila, no te va a doler,» le susurra al oído, sus manos acariciando suavemente su espalda, tratando de calmar sus nervios. La jovencita, aunque insegura al principio, se deja llevar por su confianza y experiencia.
«Confía en mí,» dice él, sus labios rozando su cuello, dejando un rastro de besos suaves que la hacen estremecer. «Voy a ir despacio, y te prometo que será placentero.» La jovencita asiente, sus ojos cerrados, permitiendo que sus sentidos se llenen de las sensaciones que él está creando.
Con movimientos lentos y deliberados, él la guía hacia la cama, sus manos explorando su cuerpo, encendiendo cada nervio con su toque. La acuesta suavemente, sus ojos nunca dejando los de ella, asegurándose de que se siente segura y deseada. Se posiciona detrás de ella, sus manos acariciando sus caderas y glúteos, preparándola para lo que está por venir.
«Relájate,» le susurra, mientras comienza a penetrarla lentamente, su pene duro y listo. La jovencita contiene la respiración, pero él la calma con palabras suaves y caricias reconfortantes. «Así, despacio,» dice, moviéndose con una lentitud exquisita, permitiendo que su cuerpo se adapte a la intrusión.
Con cada movimiento, la jovencita se relaja más, sus gemidos suaves llenando la habitación, mezclándose con los susurros de él, asegurándole que todo está bien. La conexión entre ellos es intensa, cada movimiento sincronizado con sus deseos más profundos. Él se mueve con una combinación de ternura y pasión, asegurándose de que ella sienta placer en cada embestida.
«¿Te sientes bien?» pregunta, su voz ronca de deseo. La jovencita asiente, sus ojos cerrados, perdida en el éxtasis. «Sí,» susurra, su voz apenas audible, pero llena de satisfacción. Él sonríe, sabiendo que ha cumplido su promesa, y continúa moviéndose, llevándolos a ambos al borde del éxtasis, donde el placer es tan intenso que borra todo lo demás.