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La pendeja de cara de angelito por fin se animó a perder la virginidad y vaya que lo disfrutó. El cabrón de turno le fue enseñando el camino al placer con su verga bien parada, haciéndola gemir como una golfa en celo. Sin compasión, le rompió el himen y la hizo gritar de gusto, rogando por más y más. La putita no paraba de menearse y gemir como una gata en celo, pidiendo que le dieran duro y parejo. Con cada embestida, la nena descubría un mundo nuevo de sensaciones prohibidas y se entregaba sin inhibiciones al placer más primitivo y salvaje. ¡Una primera vez que nunca olvidará!
