La morrita mexicana se dejó llevar por la noche, bebiendo más de lo que su cuerpo podía soportar. Finalmente, se desplomó en la cama, su vestido subido, revelando un par de braguitas de encaje. Su compañero de fiesta, con una mirada de lujuria, se acercó, sus manos acariciando su piel suave. Con movimientos lentos, le quitó las braguitas, ofreciendo una vista tentadora de su sexo. Se posicionó entre sus piernas, penetrándola con un movimiento firme y lento. Ella, en su estado de inconsciencia, gimió suavemente, su cuerpo respondiendo al placer. Sus movimientos se sincronizaron, cada empuje llevándolos más cerca del éxtasis. La habitación se llenó con el sonido de sus respiraciones agitadas y gemidos de placer, hasta que él alcanzó un clímax que lo dejó sin aliento, satisfecho, mientras ella, ajena a todo, continuaba dormida, su cuerpo saciado y satisfecho.
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