Mira amor como me quedo mojada en la noche esperandote que me vengas a coger

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En la quietud de la noche, la habitación se llenaba de una tensión palpable, una anticipación que se enroscaba en cada rincón. Ella yacía en la cama, su cuerpo cubierto apenas por un camisón de seda, sus pensamientos consumidos por la expectativa de su amante. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, creando sombras danzantes sobre su piel. Con movimientos lentos y deliberados, deslizó sus manos por su cuerpo, sintiendo cada curva, cada línea. Sus dedos encontraron su centro, ya húmedo y palpitante de deseo. «Mira, amor,» susurró, imaginando su voz en la distancia, «cómo me quedo mojada en la noche, esperándote.» Cada roce, cada suspiro, era una promesa de placer, una invitación para que él la reclamara. La humedad entre sus piernas aumentaba con cada pensamiento, cada imagen de él entrando en la habitación, listo para satisfacer su deseo. En ese momento, ella era pura anticipación, un cuerpo listo para ser tomado, una alma ansiosa por ser llena.

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