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En la intimidad de su habitación, una morrita colegiala, con su uniforme aún puesto, se movía con una mezcla de inocencia y deseo. Su novio, tumbado en la cama, la observaba con anticipación. Ella, con una sonrisa traviesa, se colocó a horcajadas sobre él, sus manos temblorosas desabrochando su falda. Con un movimiento fluido, se ensartó sobre su miembro, dejando escapar un gemido de placer. Sus caderas comenzaron a moverse con urgencia, subiendo y bajando en un ritmo frenético. La habitación se llenó de sus jadeos y del sonido de sus cuerpos chocando. Cada embestida la acercaba más al éxtasis, y ella se perdía en la sensación, disfrutando de cada segundo de su pasión descontrolada.