La noche era joven, y la morrita, con sus rizos desordenados y una sonrisa ebria, se tambaleaba por el pasillo. La casa estaba en silencio, exceptuando el latido de nuestros corazones. La llevé al baño, donde la luz tenue creaba sombras danzantes. Con manos temblorosas, desabroché su blusa, revelando su piel suave y cálida. Sus ojos, vidriosos pero llenos de deseo, me miraban con una mezcla de inocencia y lujuria. La levanté sobre el lavabo, y ella enredó sus piernas alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia ella. Mis labios encontraron los suyos en un beso frenético, mientras mis manos exploraban cada curva de su cuerpo. El vapor del agua caliente empañaba los espejos, creando un mundo privado donde solo existíamos nosotros. La pasión nos consumía, y en ese momento, el mundo exterior dejó de importar.
cogiendo a una morrita borracha en el baño de la casa
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