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Es increíble, de verdad. La jovencita, arrodillada y con la boca abierta, lo mira con ojos de adoradora. Él, con el puño volando sobre su miembro duro, apunta directamente a su cara. El primer chorro es potente, una línea blanca y espesa que le cruza la mejilla y se le pega al pelo. Pero no para. Le sigue otra descarga, y otra, bañándole la frente, la nariz y los labios. La leche le chorrea por la barbilla, cayendo en gotas pesadas sobre sus pechos. Él no acaba, sigue eyaculando como si fuera un manantial, hasta que la cara de la jovencita es una máscara blanca y pegajosa, un lienzo cubierto por una cantidad de semen que parece imposible, un testimonio visual de una corrida épica y descontrolada.












