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El temblor de su mano se notaba en el vídeo. Apoyado sobre la mesita de noche, el móvil capturaba la escena: ella, de cuatro, con la espalda arqueada y la cara escondida entre sus brazos, y él, detrás, con una mirada de concentración y deseo. Era la primera vez que se grababan. La vergüenza luchaba contra el morbo, y el morbo ganaba. Cada embestida era más firme, cada gemido más audible. Ella se atrevió a mirar a la cámara, y ver su propio reflejo siendo tomada así la excitó hasta el límite. El vídeo terminó con un primer plano de su cara, contorsionada en un orgasmo que ahora no era solo suyo, sino un recuerdo digital que podrían revivir una y otra vez.












