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La morrita nalgona cruzó los brazos con un «no» rotundo, su mirada desafiante no dejaba lugar a dudas. Pero sus labios mentían, y su cuerpo lo sabía ya que se le veia que queria. La desvestí lentamente, dejando al aire esa piel canela y ese culo espectacular que prometía delicias. Tembló, no de frío, sino de anticipación. Una vez desnuda y vulnerable, su resistencia se derritió como hielo bajo el sol. Se arrodilló sin que una palabra fuera necesaria, y con sus ojos fijos en los míos, abrió la boca para finalmente aceptar, convirtiendo su negativa en el más sumiso y húmedo de los síes.
