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el joven exploraba cada curva de la jovencita mexicana, sus enormes pechos como melones, llenos y firmes, tentadores. Sus manos, ansiosas, recorrieron su piel, deteniéndose en sus senos, acariciando, masajeando, saboreando su suavidad. Ella, con un gemido, arqueó la espalda, ofreciéndose. Con delicadeza, él se posicionó entre sus piernas, sintiendo su calor, su humedad. Su mirada, llena de deseo, se encontró con la de ella, buscando permiso. Con un asentimiento, ella lo recibió, sus manos aferrándose a sus hombros. Lentamente, él se introdujo, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba, cómo su placer crecía. Cada movimiento era una danza, una exploración, una celebración de su primer encuentro, un momento que nunca olvidarían.